¿Qué pasó en 1984 para que las mujeres comenzaran a abandonar la tecnología?

Durante décadas, el número de mujeres programando no paró de crecer si atendemos a este gráfico publicado recientemente en Planet Money:

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¿Qué ocurrió a mediados de los 80 para que las mujeres comenzaran a perder el interés en el mundo de la computación en comparación a otras disciplinas científicas? No hay una respuesta clara, pero curiosamente el número de programadoras comenzó a descender al mismo tiempo que los ordenadores personales empezaron a colarse en los hogares de Estados Unidos de manera masiva. Estas primeras computadoras eran básicamente juguetes y toda la estrategia comercial y de ventas se enfocó principalmente a niños. Para muestra, este spot televisivo:


 

La cuestión es que esa estrategia de ventas pasó a convertirse en una narrativa dominante que influyó implacablemente en la definición de la cultura geek y la cultura techie no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo.

En 1990, la investigadora y profesora de universidad Jane Margolis entrevistó a cientos de estudiantes de computación de la Carnegie Mellon University, una de las instituciones más reputadas en el país en disciplinas de programación; y descubrió que las familias eran más proclives a comprar ordenadores a los chicos que a las chicas, incluso cuando ellas estaban realmente interesadas en tener uno. Cuando estas niñas y niños llegaron a la universidad en los 90, el abismo entre hombres y mujeres en el ámbito de la computación ya era una brecha de género en toda regla. Los profesores daban por sentado que sus alumnos venían de manejar una computadora personal en casa, lo que no era cierto en el caso de la mayoría de las chicas. En los 70 eso nunca habría pasado, porque los profesores al entrar al aula asumían que sus alumnos llegaban sin experiencia en computación.

Vengo reflexionando sobre este asunto desde hace mucho tiempo, planteé mis dudas hace ya dos años en «¿Podrían ser los videojuegos la puerta de entrada?» y hoy voy a ir más allá con otra anécdota personal sobre la que también llevo tiempo pensando. Cuando tenía unos 11 años (finales de los 80), mis padres me apuntaron a clases extraescolares de BASIC. Yo era una estudiante brillante en la escuela y fuera de ella, con una sed inmensa por aprender cosas nuevas, así que recuerdo aterrizar en aquella experiencia con la misma curiosidad con la que abordaba otros aprendizajes. No duré ni dos meses en esas clases. Me sentí un auténtica advenediza, una intrusa. Entré en un mundo que iba años por delante del mío y que desde luego no se tomó demasiadas molestias para integrarme a pesar de mis carencias. Supongo que mis compañeros, todos chicos menos otra alumna y yo, llevaban tiempo cacharreando con sus Amstrads, sus Spectrums o cualquier otra tecnología que sus padres muy probablemente habían colocado encima de sus escritorios en casa. Afortunadamente, aquello no supuso un freno para mí y no me hizo perder el interés en la tecnología, pero si ralentizó una parte de mi desarrollo intelectual: comencé a video-jugar más que nunca, pero perdí una oportunidad muy temprana de convertirme en constructura de tecnología y no limitarme a vivirla desde mi rol de consumidora, como de hecho le ocurre a la mayoría de las mujeres.

Hoy, la cultura tecnológica sigue siendo predominantemente masculina y en muchos casos, muy tóxica para las mujeres que pretenden adentrarse en este mundo y que terminan abandonando, como me ocurrió a mí a finales de los 80. Afortunadamente, somos muchas las que trabajamos para que esto cambie. Y cambiará. Nuestras hijas serán testigos de ello. Seguimos.

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