Netbonding: la práctica de mantener vivos los vínculos profesionales que importan

La idea de este artículo nació en una conversación reciente durante uno de los encuentros mensuales con lectoras de «Emprender con Calma». Revisando la obsesión por el crecimiento en nuestros mundo profesionales, charlamos sobre los beneficios de aplicar la escala humana a nuestros proyectos y compartí una práctica que me permite cuidar de mis contactos. Al contarlo, vi que algo resonaba. No se trata de una técnica; es una forma de cuidar una parte de mi red profesional que llevo practicando más de una década. Lo llamo «Netbonding».

En un mundo obsesionado con sumar contactos, acumular seguidores y extender redes, el Netbonding propone otra lógica: la del cuidado, la atención y la conexión significativa.

Más allá del networking

El Netbonding se parece al networking, pero nace de otro lugar. No busco a estas personas por interés de negocio, ni porque tenga un proyecto en mente para ellas —aunque a veces eso suceda, y está bien. Las busco porque me estimulan, porque disfruto conversando con ellas, porque quiero cultivar una relación más allá de la transacción. El Netbonding se basa en la afinidad intelectual, en el placer de pensar juntos, en mantener cerca a quienes nos hacen mejores simplemente por estar ahí. Es un acto de cuidado y de atención, no de estrategia. Es la construcción de una red que te sostiene emocionalmente a través del respeto mútuo.

La escala humana del vínculo y el poder del hábito

Una idea central en esta práctica es la escala. Nos han vendido que debemos gestionar cientos, miles de relaciones, de seguidores, de likes. Pero la verdad es que eso no es viable. No se puede mantener un vínculo vivo y auténtico con cientos de personas. En mi caso, me concentro en una lista de entre 20 y 25 contactos. Esa es mi escala humana: suficiente para sentir que mantengo la puerta abierta, sin que se vuelva una tarea imposible o mecánica. Son personas con las que ya tengo una relación y con las que quiero seguir cultivándola.

Para convertir esa intención en acción, uso una herramienta muy simple: una hoja de seguimiento. En ella anoto a esas 20-25 personas y marco si he tenido contacto ese mes. Si pasan dos meses sin un “check”, es momento de escribirlas, llamarlas, enviar una señal de vida. No se trata de controlar, sino de cuidar. Porque las relaciones, como las plantas, necesitan un poco de agua de vez en cuando.

Los momentos para contactar no son forzados. De hecho, la mayoría de las veces, algo se cruza en el camino y me recuerda a alguien. Leo un artículo y pienso: “Esto le gustaría a S.”. Paso por un lugar que compartimos y le mando una foto. Encuentro un evento interesante y digo: “¿vamos juntos?” Es un gesto pequeño, pero es el tipo de gesto que mantiene viva una conexión. El canal es secundario —puede ser WhatsApp, LinkedIn, un correo o una llamada—, lo importante es no dejar que el vínculo se enfríe.

El Netbonding es, en el fondo, una práctica de atención. No busca la eficiencia ni el rendimiento, sino la calidad del lazo. En un mundo que tiende al olvido, es una forma de recordar. Recordar quiénes somos a través de las personas que nos rodean. Recordar que el pensamiento se afila en compañía. Recordar que la conexión, cuando es genuina, no se mide en likes ni en métricas, sino en conversaciones que dejan huella.

Cómo empezar tu propia práctica de Netbonding

Si te resuena esta idea y quieres probarla, no hace falta que empieces con una lista cerrada de 20 o 25 nombres. De hecho, muchas veces esa selección puede sentirse forzada o artificial. Mi consejo es otro: empieza con una hoja en blanco. A partir de hoy, pon atención a las personas con las que te vayas cruzando —en una conversación, en un correo, en una reunión o en un recuerdo espontáneo— y pregúntate si te gustaría tenerlas cerca. Si la respuesta es sí, anótalas. Así, poco a poco, irás construyendo tu propia red viva y significativa. Una lista que no se basa en la estrategia, sino en la afinidad.

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