Inventarnos el trabajo (otra vez)

Cada cierto tiempo la realidad nos recuerda que las certezas laborales son más frágiles de lo que parecen. Las fronteras entre empleo estable, emprendimiento clásico y autoempleo cada vez son más difusas. Lo estamos viendo en la comunicación y en los contenidos: periodistas que trabajan por encargo, diseñadoras que combinan proyectos propios con encargos de clientes, creadoras que saltan de plataforma en plataforma intentando sostener su trabajo sin perder autonomía…, trabajar en el ámbito de las industrias creativas se ha convertido en sinónimo de incertidumbre. La mayoría de quienes se mueven en este terreno lo hacen en condiciones frágiles: ingresos irregulares, falta de protección social y una dependencia elevadísima de plataformas que son auténticos tecnofeudos y que fijan las reglas. La autonomía, que en principio debería ser una ventaja, a menudo se traduce en vulnerabilidad.

Este panorama se ve ahora intensificado por la irrupción de la inteligencia artificial generativa. La IA no es solo una herramienta más, está reconfigurando la manera de producir, distribuir y monetizar los contenidos. Ya vemos agencias de marketing que reducen equipos sustituyendo tareas por prompts, medios que experimentan con artículos escritos automáticamente y creadores que compiten con imitaciones de su propio estilo. El riesgo es evidente: la IA puede abaratar y fragmentar aún más el trabajo creativo, reforzando la dependencia de quienes ya están en posiciones precarias.

Me niego a quedarme en la capa más evidente del análisis que muchos estamos haciendo sobre cómo la IA transformará el trabajo (el creado por otros, o el que te inventes tú, esto es, el emprendimiento). La pregunta que creo que debemos hacernos es si esa transformación profundizará la precariedad, o abrirá espacio para nuevas formas de organización y de resiliencia. Y partir de ahí, construir opciones que supongan alternativas a lo que todas luces puede significar una consolidación definitiva de la gig economy.

Escenarios futuros: ¿hacia dónde puede ir la gig economy?

Podemos imaginar al menos tres futuros plausibles:

  1. Híbrido inestable. Es un escenario continuista que se parece mucho a lo que tenemos ahora. Parte de la fuerza laboral conserva empleos relativamente estables, pero crece la masa de quienes se mueven en esquemas híbridos: contratos breves, encargos freelance, colaboraciones efímeras. La IA acelera esta dinámica y multiplica la fragilidad.
  2. Plataformización total. La gig economy se convierte en norma. Las plataformas distribuyen encargos de manera algorítmica, los precios se dictan desde una competencia global y la IA fragmenta las tareas hasta devaluarlas. El trabajador es sustituible, la comunidad irrelevante y la negociación colectiva imposible.
  3. Reinvención cooperativa. La opción por la que yo apuesto fuertecito. Frente a la precariedad emergen redes de apoyo mutuo, asociaciones y cooperativas de plataforma que permiten compartir propiedad, repartir riesgos y atraer recursos colectivos. Aún hoy son experiencias minoritarias, pero ofrecen un horizonte de esperanza: transformar el trabajo autónomo desde un espacio de vulnerabilidad a uno de resiliencia compartida.

Del closed social al open work

Esta bifurcación conecta con la propuesta Open Social de Dan Abramov. Abramov explica cómo las redes sociales cerradas nos convierten en filas dentro de la base de datos de una empresa: si queremos marcharnos, dejamos atrás nuestras conexiones e identidades. Frente a eso, el paradigma de “open social” propone repositorios personales y portables que nos permiten movernos sin perder lo que hemos creado. Algo parecido ocurre en el trabajo creativo. Hoy, quienes dependen de plataformas no son dueños ni de sus precios, ni de sus datos, ni de las reglas de juego. Salir de una plataforma significa empezar de cero.

Si a través de la propuesta open social podemos lograr liberar nuestros datos es muy realista imaginar un Open Work que libere nuestro trabajo: estructuras cooperativas que garanticen portabilidad, redes de apoyo y propiedad compartida. No solo para repartir ingresos, sino también para redistribuir poder.

Lo que está en juego no es solo el sustento económico. La precariedad también implica vidas en suspenso: no poder planificar, depender de marcos temporales sobre los que tenemos cero control, vivir sujetos a algoritmos que cambian sin aviso…, pero en medio de esa fragilidad también emergen señales que apuntan a otra posible dirección: comunidades que comparten infraestructuras, colectivos que mutualizan servicios, o cooperativas que buscan repartir valor de manera más equitativa. Son todavía excepciones, pero apuntan a un horizonte de esperanza.

En un mundo donde las plataformas concentran poder y la IA redefine lo posible, la verdadera innovación quizá no esté en la tecnología, sino en la forma en la que decidimos organizarnos. En el ámbito de las industrias creativas la fragilidad no tiene por qué ser el destino. Frente a un futuro de plataformas que nos fragmentan y algoritmos que nos sustituyen, las salidas cooperativas y comunitarias ofrecen una promesa distinta: trabajar sin estar solos, sostenernos sin depender de intermediarios, inventar juntos el futuro del trabajo.

El porvenir se defiende hoy.


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