Las empresas que nos gustan: Mailchimp y el bootstrapping
Mailchimp es una de las herramientas de email marketing más utilizadas del mundo. Seguro que muchas de las newsletters que llegan a tu bandeja de entrada han sido enviadas a través de ella. Esta compañía tecnológica fundada en 2001 en plena crisis de las puntocom, en un lugar tan alejado de Silicon Valley como Atlanta, ha crecido a lo largo de los años desafiando todas las convenciones sobre cómo se supone que debe construirse un proyecto en el ámbito de la economía digital.
La compañía es el resultado de un proyecto paralelo que llevó a su fundador, Ben Chesnut, a evolucionar su modelo de negocio centrado en prestar servicios de agencia de marketing y por tanto con la facturación vinculada a las horas de trabajo, a uno basado en un producto que se vende solo y de manera autónoma a través de internet.
Chesnut fundó una agencia de marketing y diseño web con sus socios en los 90, durante años se ganaron la vida con eso. Todos y cada uno de sus clientes les demandaban servicios de email marketing y ellos odiaban todas y cada una de las herramientas que se veían obligados a utilizar. Así que construyeron la suya propia y comenzaron a facturar a sus clientes también por este servicio. Pero el proceso de pago del servicio era demasiado farragoso, ya que en aquella época consistía en acercarse físicamente a su banco, hacer cola y pedir los comprobantes de los depósitos correspondientes. Todo ello para un trabajo que a ellos les había tomado diez minutos hacer con su nueva herramienta a la que internamente llamaron Mailchimp porque lo del monete les hacía gracia. Se propusieron encontrar la manera de aceptar pagos online con tarjeta y así fue como su proyecto paralelo pasó de ser un producto que usaban internamente a una de las primeras compañías web SaaS de la historia (las que ofrecen un software como servicio). Todo esto sucedía a finales del año 2000.
Mailchimp fue adquirida por Intuit en 2021 por 12 billones de dólares. Para entonces, sus beneficios superaban los 700 millones de dólares al año. Y esto sin haber recibido un sólo centavo de inversión externa en sus veinte años de vida. Chesnut optó en todo momento por mantenerse alejado de los tentáculos de la velocidad a la que te empujan los inversores, la que obliga tener que hacer dinero rápido. En distintas declaraciones a lo largo de estos años ha confesado que esa decisión vino motivada por el momento en el que nació la compañía.
Para muchos emprendedores, el fundador de Mailchimp y sus socios entre ellos, la crisis de las empresas puntocom a principios de este siglo fue causada precisamente por el mundo de la inversión, concretamente por los fondos de capital riesgo. “Queríamos autofinanciar nuestra empresa, elegir un camino sencillo y práctico” confesaba Chesnut a Reid Hoffman (fundador de Linkedin e inversor) en una entrevista en su podcast “Masters of Scale”. Entrevista, por otra parte, en la que Hoffman no pierde una sola oportunidad de hacer proselitismo de la inversión externa en el emprendiento. Su principal argumento: vas a poder conseguir el éxito más rápido. A lo que Gloria Fuertes respondería: “la gente corre tanto porque no sabe dónde va, el que sabe dónde va, va despacio, para paladear el ir llegando”.
Chesnut y sus socios eligieron paladear y el bootstrapping, otra de esas palabras de la jerga emprendedora que nunca ha terminado de encontrar un sinónimo adecuado en español por esa cualidad económica que tiene el inglés frente a otros idiomas. Básicamente significa emprender con tus propios recursos. Hay una especie de leyenda urbana que sostiene que el término lo utilizó James Joyce en su Ulises por primera vez y literalmente es algo así como “calzarte tus botas, atarlas bien y tirar para adelante”. Sin tanta floritura, estaríamos hablando de hacer dinero en un negocio como se ha hecho toda la vida: vendiendo algo que tiene el suficiente valor para alguien como para que esté dispuesto a pagar por ello. Bootstrappear un negocio te aleja de todo ese glamour que la narrativa canónica emprendedora se empeña en atribuir al proceso de levantar capital y ser hiper-veloces. Pero, ¿sabes qué es realmente sexy y glamuroso? Qué muchos clientes te paguen mucho dinero por ayudarles a solucionar muchos problemas. Y hacerlo a la velocidad adecuada para ti.
Mailchimp ejemplifica a la perfección lo que el inversor Bryce Roberts, fundador de la firma de inversión Indie.VC denomina las empresas independientes, las empresas indie. Para él , las personas que lideran este tipo de empresas se sienten cómodas siguiendo sus propias reglas, incluso si pueden ir en contra de las normas culturales que dominan el relato hegemónico del emprendimiento. Persiguen oportunidades en mercados que pueden ser pequeños, de nicho o inexistentes en lugar de ir tras la última tendencia más financiable y atractiva para el mundo de la inversión. Estos emprendimientos encuentran formas de operar fuera del modelo de empresa tradicional a través de fórmulas de financiación alternativas o eligiendo un camino de crecimiento más lento y obteniendo rentabilidad gracias a un excelente producto y clientes satisfechos. Y tienen el objetivo de mantenerse independientes en lugar de buscar crecer rápidamente, una compra rápida por parte de una empresa más grande, o una salida a bolsa lo antes posible. Las empresas indie ponen el foco en hacer lo importante (un buen producto) por encima de lo urgente (retorno de capital rápido para los inversores externos).
Podría parecer que los sistemas de recompensa que se activan en tu cerebro cuando el inversor valida tu negocio son enormes, pero ni punto de comparación con la activación que se logra cuando quien lo hace son cientos de miles de clientes satisfechos. Si eso además te permite tener el control de tu proyecto y tu propósito, ¿por qué sacrificar la velocidad que para ti es la adecuada?
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