¿Nos impide la tiranía de lo cuantificable innovar desde la empatía?

Innovar desde la empatía no se limita exclusivamente a ponerse en el lugar de tu potencial usuario o cliente en los procesos conceptualización de soluciones. Tiene que ver con construir marcos de trabajo y procesos de escucha que sustenten las emociones y sentimientos de las personas que forman parte de los proyectos empresariales.

A comienzos de 2016, las emprendedoras Jennifer Brandel y Mara Zepeda comenzaron a dar forma a una narrativa alternativa a la de las empresas unicornio utilizando como símbolo a otro animal: la cebra. En su primer manifiesto sostenían que en el mundo emprendedor “se premia la cantidad sobre la calidad, el consumo por encima de la creación, ventas rápidas de compañías sobre un crecimiento sostenible y el beneficio de los accionistas se coloca por delante de la prosperidad compartida. El actual modelo está a la caza y captura de unicornios, que se inclinan por la disrupción, en lugar de apostar por compañías que reparan, cultivan y conectan”.

Al contrario que los emprendimientos unicornio, las compañías cebra son como los propios animales, organizaciones que se mueven entre el blanco y le negro, esto es, buscan un beneficio económico, pero al mismo tiempo mejoran la sociedad, sin sacrificar una cosa en detrimento de la otra. Las cebras son reales y se relacionan entre sí a través de dinámicas mutualistas, operando siempre en grupo, protegiendo y cuidando a los demás y logrando que de sus esfuerzos individuales se obtengan beneficios colectivos. En 1902, Kropotkin publicó «El apoyo mutuo, un factor en la evolución», donde demostró que había algo más que la competencia individual y la «supervivencia del más apto» (Darwin) en la evolución. En esencia, el apoyo mutuo es la acción por la cual dos o más seres trabajan juntos para resolver problemas con el objetivo de obtener un beneficio para todos los involucrados. En definitiva, cooperar por el bien común. Las primeras sociedades humanas ya practicaban el mutualismo como camino hacia la supervivencia, pero no deja de ser paradójico que lo que nos aseguró nuestro desarrollo como especie haya pasado a un segundo plano en el relato hegemónico que domina el mundo del emprendimiento.

El emprendedor de éxito es visto hoy en día como el heróico impulsor de un proyecto autosuficiente e independiente que no depende más que de sus talentos para salir adelante. Pero la idea de independencia humana es un mito, los seres humanos somos interdependientes. La interdependencia debería subyacer a cualquier concepto de éxito en el mundo emprendedor, ser la punta de lanza de la narrativa empresarial hegemónica. Las impulsoras del concepto “empresas cebra” se lo propusieron y hoy ese planteamiento teórico ha evolucionado a un movimiento global llamado Zebras Unite que agrupa a multitud de compañías que cooperan para crear la cultura, los recursos y la comunidad que les permitan impulsar una nueva economía. Una economía en la que reconocen que quieren que sus empresas florezcan y crezcan, pero asumiendo que crecer va más allá de los números. Para la comunidad cebra crecer significa impacto, mejora de sus comunidades locales, contribuir en el desarrollo y bienestar de sus empleados, conseguir y mantener clientes leales y ayudarles a tener éxito y además de todo eso, facilitar un cambio cultural en las narrativas emprendedoras. Es una visión del crecimiento con muchos más matices, pero en la que definitivamente lo cuantitativo no se lleva el protagonismo.

La autora y comentarista Rebecca Solnit, en su ensayo  “Los hombres me explican las cosas”, se refiere a algo que su amigo Chip Ward llama “la tiranía de lo cuantificable”. En tal sistema, escribe Solnit, “lo que se puede medir casi siempre tiene prioridad sobre lo que no: el beneficio individual sobre el bien común; la rapidez y eficiencia por encima del disfrute y la calidad”. Esto lo atribuye en parte a la incapacidad del lenguaje para comunicar el valor de las «cosas más resbaladizas», cosas que «no se pueden nombrar ni describir». La tiranía de lo cuantificable ha marcado la narrativa emprendedora hegemónica, dejando fuera de la foto muchas experiencias vitales que no se pueden cuantificar. Pero las palabras y los hechos son herramientas tan poderosas como los números, así que construir otros relatos como están haciendo desde el movimiento cebra y al mismo tiempo conocer y poner en valor a emprendedores que están explorando otros caminos es fundamental para humanizar el mundo del emprendimiento y como consecuencia, el mundo del trabajo que se construye a partir de él.

¿Estamos cuantificando realidades en el mundo del emprendimiento por encima de lo recomendable? ¿Nos está  alejando esa cuantificación de los propios hechos? ¿Estamos dejando de escuchar historias para medir? ¿Cuántas cosas «resbaladizas» importantes nos estamos dejando por el camino? ¿Cómo impacta todo eso en los procesos de innovación necesarios para mejorar el mundo? No tengo respuestas para ninguna de esas preguntas. O igual tengo demasiadas, pero ninguna sirve, porque pudiera ser que no fueran susceptibles de ser medidas. Yo solo sé que cuanto más mayor me hago, las palabras «disfrute y calidad» me parecen muchísimo más poderosas que «rapidez y eficiencia». ¿Será que habrá que cuantificar cuántas más personas somos pensando lo mismo para que nos crean?

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