Las empresas que nos gustan: Vetusta Morla y el crecimiento orgánico del negocio

Vetusta Morla es uno de mis grupos de música favoritos. Y también un proyecto empresarial que admiro mucho: Pequeño Salto Mortal. Un espacio diferente dentro de la industria de la música que en sus propias palabras, imaginaron y después, habitaron.

Pequeño Salto Mortal es la empresa de seis amigos. Esto ya es revolucionario. Los emprendimientos en los que lo personal y lo profesional confluyen exigen grandes dosis de autoconocimiento, disociación, respeto por el otro y manejo de la compartimentación emocional. Además de un pensamiento elevado que pone el bien común y lo colectivo por delante de los intereses individuales.

Cuando Vetusta Morla publicó su primer álbum, Un lugar en el mundo (2008), las discográficas jugaban aún un papel central en el ecosistema. La banda no gustaba a los independientes por ser demasiado «mainstream», ni a las multinacionales por ser demasiado «indie», así que decidieron dar un salto, que nada tenía de pequeño, y poner en marcha su propio sello discográfico.

Con sus recursos, apalancándose mucho en internet y con un modelo de negocio basado en los directos se fueron haciendo con una reputación, pero también con una comunidad de fans que no creció de manera artificial. El que llegaba, yo incluída, se quedaba para siempre. «Cada vez que conseguíamos un sold out nos echábamos las manos a la cabeza. Aunque parezca inverosímil en una industria regida por normas marquetinianas, la consecución de cada hito ha sido fruto de un proceso muy orgánico y natural y estamos orgullosos de haber demostrado que hay otra manera de hacer las cosas: con criterios absolutamente artísticos», confesaban en 2018 en un artículo publicado en 20 Minutos.

Ellos sostienen que una clave de su éxito ha sido una política de cachés razonables y un trato respetuoso y comprensivo con todos los eslabones del negocio musical. Esto es, la ambición sin codicia que tanto escasea en el modelo canónico de emprendimiento.

En mi opinión, otra de las grandes razones por las que casi dos décadas después de su fundación son un proyecto empresarial sólido se encuentra en un detalle que podría pasar desapercibido, pero que creo que condiciona cualquier emprendimiento desde su nacimiento: su mentalidad de obreros de la música.

Se metieron en este jardín con el objetivo de tener un sueldo, de hacer música logrando la mínima estabilidad que tienen los trabajadores de otros sectores. «Organizarnos para tener un sueldo al mes que te permita hacer un disco, luego una gira y volver a empezar el ciclo las veces que puedas», confesaba Guille Galván, guitarrista del grupo, a El Diario.

Creo que esta aproximación marca la diferencia. Yo hice lo mismo en Atalaya Formación, mi primer proyecto emprendedor. Cuando tu sustento entra a formar parte desde los inicios de los costes estructurales del negocio, no abordas el proceso con la idea de acumular sin fin. En cambio, arrancar con la vista puesta en los beneficios empresariales te empuja a trabajar por lo acumulativo, por un crecimiento sin límites que es artificial y que no se sostiene en un valor real la mayor parte de las veces.

Cuando «te contratas» a ti misma no quieres una empresa de usar y tirar, te planteas tu emprendimiento como una opción de vida que quieres que dure lo máximo posible. Y eso te lleva a cuidar de todas las personas que forman parte de él: clientes, equipo, colaboradores…

«O creces o te mueres» es un mantra asumidísimo por el mundo empresarial. Desprecia la belleza de lo pequeño y además, es mentira. Es urgente comenzar a cuestionarlo poniendo en valor otra manera de hacer las cosas.

No tener miedo a no crecer o hacerlo despacito, a paso de tortuga Morla es una de las claves del éxito vetustero. Ellos se dejaron llevar por ese avance orgánico que permite asentar ideas, procesos y por encima de todo, relaciones. Y escribieron su propio relato empresarial.

Ser valiente no es sólo cuestión de suerte.

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