Me estoy quitando (de las redes sociales)

Joshua Fields Millburn y Ryan Nicodemus, conocidos colectivamente como «The Minimalists» nos llevan contando desde 2016 cómo simplificar nuestras vidas para que sean más felices. Estos profetas del «anti-consumismo» colocan el decluttering en el centro de todos los caminos que nos acercan a esa sencillez existencial. Cuando me topé con su primer documental, yo ya llevaba un tiempo estudiando (y tratando de practicar) estoicismo y me pareció que la filosofía de vida que ellos planteaban era un buen complemento de S.XXI para la otra, la que tiene más de dos mil años a sus espaldas. Desde entonces, he tratado de aplicar el minimalismo a muchos ámbitos de mi vida con mejor o peor resultado. Cuando lo he logrado, definitivamente me he sentido más ligera, más en paz, más satisfecha y tranquila, con menos miedos. No sé si eso es la felicidad, pero es mi manera favorita de estar en el mundo.

El pasado marzo, «The Minimalists» decidieron abandonar todas sus redes sociales. Todas. De golpe. Lo comunicaron en su podcast. Tomaron la decisión en directo, charlando con el invitado al que estaban entrevistando. Se trataba de Cal Newport, autor de Slow Productivity, quien les explicaba que él había optado por ese camino hacía un tiempo. «Los creadores nos hemos convertido en productores ejecutivos del algoritmo. Nunca más creas lo que quieres, creas lo que el algoritmo te pide. Y todo para «expandir» tu red, pero sin crear conexiones profundas».

Tal cual.

Pensé en la cantidad de tiempo que llevo rumiando que las redes sociales son inútiles para conectar auténticamente con otras personas, pero también para acercarte de manera real a lo que hacen, para verles y que te vean de manera genuina. Así que influida una vez más por «The Minimalists», decidí que yo también quería hacer decluttering en ese rincón de mi vida.

Una de las técnicas que sugieren Joshua y Ryan para abordar procesos de simplificación como éste es establecerte a tu misma obstáculos que hagan más complicada la práctica de un hábito arraigadísimo en tu cotidianidad. Yo ya llevaba tiempo con temporizadores de 15 minutos en Instagram y Twitter en el teléfono, que son las rrss que más tiempo de consumo me ocupan. Esto me ha funcionado la mayor parte del tiempo. En otros momentos, como por ejemplo durante la final de Gran Hermano retransmitida en directo desde la Moncloa que hemos vivido en España estos últimos días, pues me auto-saboteo a mí misma moviendo la ruedecita del temporizador hacia arriba en un bucle sin fin. Hay una tercera red social en la que estoy activa, Linkedin, pero ahí tengo que reconocer que el tiempo que le dedico es el de preparar mis publicaciones y sus respuestas. Leo el primer post que aparece en mi timeline, le doy un like si es de alguien a quien conozco, pero ahí paro. Efectivamente, conexiones profundas tururú, pero al menos Linkedin no me arrastra a la madriguera del conejo, está bajo control.

Me quité de Instagram

Dicho esto, este mes de abril he abandonado Instagram sin mucho esfuerzo. Cero publicaciones en mi cuenta personal en los últimos treinta días. He entrado una sola vez, para conectar el centro de cuentas a Meta y de ahí, a Buffer (luego te cuento más de esto). Qué enrevesado lo ha vuelto todo Zuckerberg, por cierto. Todo era más fácil en 2008 cuando me estrené en la web 2.0.

Mi cuenta personal en esta red social ha sido siempre un catálogo de recuerdos para mi hija. Pero publicar abre siempre la puerta a la tentación y terminas aterrizando de cabeza en el rol de consumidora. Y ese consumo sabemos que se va de las manos mucho más de lo que nos gustaría.  Lo único que he echado de menos en estas semanas han sido los reels de mucha risa que me manda mi adolescente y  «Pipas pa’ la mente», el grupo que tenemos con mis amigas y que básicamente utilizamos para enviarnos publicaciones de señoras muy mayores y muy estupendas pasándose las pantallas de la vida, entre otras cosas. He echado de menos los reels, nunca a las personas. Mi hija y mis amigas están en otros mil lugares mucho más auténticos. Me queda pendiente decidir si sigo adelante con el catálogo de recuerdos, o si me lo llevo a otro sitio sólo para ella. Tomaremos la decisión juntas, Alma.

¿Me quitaré de Twitter?

Y ahora en mayo voy a por ti, Twitter (no voy a llamarlo X en mi puñetera vida de primate, Elon Musk). Hacerlo público no es más que un obstáculo que me coloco a mí misma, porque sé que no va a ser tan fácil. El principal aprendizaje que he hecho hasta ahora en este proceso es que no soy adicta a las redes, soy adicta a la actualidad. Y esto se ha convertido en un problema para mí, porque la actualidad que te muestra un espacio lleno de podredumbre como Twitter es una reputísima mierda. A Instagram entraba y me echaba unas risas. De Twitter salgo profundamente cabreada la mayoría de las veces. Es absurdo, masoquista, no tiene ningún sentido. Por eso este post, para tratar de apuntalar mi desenganche con un compromiso público. Sé que me va a costar de lo lindo irme de ese sumidero de energía.

Otros aprendizajes que he hecho en este proceso

  • Las redes sociales no son nunca más una herramienta de visibilidad para mí, porque mi dedicación a ellas es errática, no son una prioridad en absoluto aunque ocupen una parte importante de mi tiempo, por lo tanto, el algoritmo jamás me beneficia. El jodío sabe perfectamente que no trabajo para él. En realidad, llevo años de abandono, pero aún así, me da vértigo desaparecer del todo. Creo que es porque publico libro en los próximos meses y todavía no tengo muy claro que no haya que disponer de campamentos base aquí y allá  para promocionarlo. Por eso no me atrevo a dar el paso y desaparecer del todo. De momento, la solución que he encontrado ha sido abrirme un perfil público-profesional en Instagram y gestionar esa red junto con las demás con la herramienta Buffer. Dedico un rato a la semana a dejar programadas algunas publicaciones y a echar un vistazo a los comentarios en ellas. Eso me evita usar la aplicación de la propia red social y caer en el bucle del consumo de contenidos. Es estar sin estar, sí, pura metadona, pero de momento es la solución que he encontrado y que me va funcionando.
  • Las redes sociales no son nunca más una herramienta de conexión. Los demás no te preguntan por tu vida, por cómo estás, por quién eres, porque asumen que con dos stories de Instagram lo conocen todo. Tú tampoco cuentas cosas que ya publicaste, porque piensas que lo han visto y no quieres resultar repetitiva. Sin darte cuenta, matas mil posibilidades de anécdotas y bellezas compartidas en los encuentros en persona, o en una conversación por teléfono, o en una videollamada, o en una conversación en WhatsApp o Telegram. Las cambias por dos líneas sin contexto en una publicación que compite por migajas de casito desde el mismísimo corazón de la economía de la atención.  Me gusta más lo de cuéntame qué tal va tu vida sin filtros, sin stickers, sin impostura. Y con tiempo, sobre todo eso, con tiempo. «Sorprendentemente», desaparecer un mes de Instagram ha traído todo eso de vuelta.

Voy a por ese mayo sin Twitter y sin Instagram. A ver qué pasa.

Enlaces a cositas que he mencionado

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